Si mirás detenidamente los ojos de algún chico, te vas a dar cuenta de que tienen una energía inexplicable. Alegría, ternura, picardía. Esa forma de mirar, debe ser lo más puro o más cercano a la pureza que podemos ver en esta vida. Ahora mirá a ese nene en el semáforo. Olvidate de la carita sucia, no veas los mocos, no le mires la ropa. Tiene la misma mirada que tu hijo, que tu hermano, que tu primo, pero la de él no brilla. ¿Cómo puede brillarle la mirada a un nene que desde que se levanta lo único que siente es desprecio, abandono? ¿Cómo podemos pretender que ese chico crezca sin rencor si todos le damos vuelta la cara? Se te acerca y le levantás la ventanilla. Ya sé, tenés miedo ( y te entiendo), pero no puedo creer que lo tomes como una cosa cotidiana. 3 años, en patas. Sacándose los piojos al sol con 40 grados. 4 años, de ojotas, haciendo monerías en alguna esquina con 5 grados a las 2 de la mañana. Yo no puedo creer que veamos eso y a todos nos parezca que no pasa nada. Ya sé, los padres tienen la culpa (o no). Pero a mi, saber quién tiene la culpa, no me alcanza. Ahí hay una sociedad que mira para otro lado, hay un Estado ausente, hay un ser humano que falta. Yo sé que no podemos solucionar solos el hambre del mundo, no necesito que me lo digan a cada rato. Cada uno elegirá la forma de cambiar las cosas como crea y desde donde crea que haga falta. Pero por favor, si te encontrás a ese nene, no lo mires con desprecio, devolvele una sonrisa cálida. El paga por todos nosotros, el carga con todas nuestras fallas. Es un gesto sencillo, no vas a perder nada.